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Raymond Carver

Desde los 18 años no he sabido hacer, o no he tenido ganas de hacer, realmente otra cosa. Fue entonces cuando publiqué mi primer poema en una oscura revista literaria. Desde esa época mi vida ha sufrido cambios enormes, conmociones. Habiendo quedado marcado de forma indeleble, es decir, destruido, por algunas de esas experiencias de mutación, la sola, la única constante en mi vida, ha resultado ser un deseo, aunque en ocasiones sea muy débil, de continuar escribiendo. En cuanto al porqué, me es difícil responder. Digamos que quiero creer que he visto cosas, que he vivido momentos que nadie ha visto ni ha vivido. Y esas experiencias han provocado en mí el deseo de ofrecer un testimonio sobre ciertas ocasiones, ciertas personas o situaciones vividas.

No veo necesario abrirme paso a codazos para imponer mi visión del mundo por encima de la de otros escritores. O se toma o se deja; hay sitio para todos. Una de las cosas más sorprendentes cuando se está comprometido con el acto de creación, cuando uno está comprometido con el proceso de fabricación de alguna cosa, es que no es necesario empezar destruyendo.

Supongo que me parece más deseable e interesante llegar a hacerme oír que lo contrario. Y además, por supuesto, escribir se ha convertido en una costumbre, un poco como una droga. En el fondo, quizá se reduzca a eso: la costumbre. Por mucho que desee pensar que mi escritura está relacionada en parte con la gracia, el espíritu o la metafísica, no puedo afirmar verdaderamente que esas magníficas cosas, aunque intangibles, sustenten en modo alguno mi deseo de escribir, o aquello sobre lo que escribo. Sólo una cosa es cierta: me gusta escribir, y si puedo elegir, como es el caso, prefiero escribir que no escribir. Cuando escribo un poema, un relato, o un ensayo, experimento un sentimiento de alegría, de júbilo; y algunas veces, después, hasta un sentimiento de satisfacción.

Supongo que alegría y júbilo son, en esta circunstancia, las palabras claves. Existe la fascinación ante el hecho de, simplemente, ser capaz de hacerlo, y de seguir teniendo ganas al cabo de tanto tiempo. Estoy siempre sorprendido, en ocasiones incluso agradablemente sorprendido, del resultado. La satisfacción unida al trabajo terminado viene a continuación, si viene, y es algo, por supuesto, menos intenso. Cada vez que concluyo un libro y lo publico, me digo que quizá sea el fin... el último. ¿Puedo imaginar una vida que no gire fundamentalmente en torno a la escritura? Sí. Puedo imaginar el no escribir en absoluto si siento que ya no tengo nada que decir.

Raymond Carver
Estados Unidos
Nace en 1939 en Oregón. Excelente escritor de relatos. Los títulos resumen la soledad de sus personajes: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, Catedral, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? [publicadas en Ed. Anagrama].